Navaja suiza

lunes, 11 de noviembre de 2013

Un supertifón arrasa Filipinas


Los desastres naturales y el factor humano

SI UN automóvil recibe buen mantenimiento, probablemente será un medio de transporte seguro, pero si se lo maltrata y se lo descuida, puede resultar peligroso. En cierto sentido ocurre lo mismo con la Tierra.
Numerosos científicos creen que nuestro planeta se ha vuelto un lugar peligroso debido a los cambios que el ser humano ha provocado en la atmósfera y los océanos. Dichos cambios, a su vez, han propiciado el aumento de la frecuencia y la gravedad de los desastres naturales. Y no parece que la situación vaya a mejorar en el futuro. “Estamos realizando un exhaustivo experimento sin ningún tipo de control con el único planeta del que disponemos”, dice un editorial de la revista Science acerca del cambio climático.
A fin de entender mejor hasta qué punto las acciones humanas pueden estar incidiendo en la frecuencia y la gravedad de las catástrofes naturales, hemos de analizar un poco más los fenómenos naturales que desencadenan dichas catástrofes. Para empezar, veamos cómo se forman tormentas fuertes como los huracanes.
Intercambiadores de calor planetarios
Se ha comparado el sistema climático terrestre a una máquina que transforma y distribuye la energía del Sol. Dado que el trópico recibe la mayor parte del calor solar, la diferencia de temperaturas resultante pone la atmósfera en movimiento. La rotación diaria del planeta hace que esa masa de aire húmedo en continua circulación forme remolinos, que a veces se transforman en depresiones, o zonas de baja presión atmosférica. Estas, a su vez, pueden convertirse en tormentas.
Si se detiene a observar la trayectoria habitual de las tormentas tropicales, se dará cuenta de que suelen alejarse del ecuador y desplazarse hacia áreas más frías, tanto al norte como al sur. De este modo, las tormentas actúan como gigantescos intercambiadores de calor que contribuyen a moderar el clima. Ahora bien, cuando la temperatura de la capa superior del océano —la “sala de calderas” de la maquinaria climática— supera los 27 °C , las tormentas tropicales adquieren a veces tanta energía que se convierten en ciclones, huracanes o tifones, que en esencia son el mismo fenómeno, pero con diferentes nombres de acuerdo con la región donde se produzcan.
En el Informe mundial sobre desastres 2004, la Federación Internacional de las Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja indica que los desastres geofísicos y climáticos se incrementaron en más de un sesenta por ciento en la pasada década. “Estos datos muestran tendencias a más largo plazo”, dice el informe, publicado antes de que se produjera el devastador maremoto del 26 de diciembre en el océano Índico. Está claro que si la población sigue aumentando en las zonas de alto riesgo y los bosques siguen desapareciendo, hay pocos motivos para ser optimistas.
Por si esto fuera poco, muchos países industrializados continúan liberando a la atmósfera más gases de efecto invernadero que nunca antes. En cierto editorial de la revista Science se decía que posponer la reducción de tales emisiones “es como rechazar un tratamiento médico para una infección incipiente. No cabe duda de que a la larga habrá que invertir más para curarla”. Teniendo en cuenta el precio que habrá que pagar, un informe canadiense sobre cómo mitigar los efectos de los desastres afirmaba: “El cambio climático puede considerarse el problema medioambiental más extendido y de mayor alcance con el que ha tenido que enfrentarse la comunidad internacional”.
Por el presente, no obstante, la comunidad internacional no consigue ponerse de acuerdo ni siquiera en si las actividades humanas contribuyen o no al calentamiento del planeta, menos aún en cómo controlarlo. Esta realidad trae a la memoria la siguiente verdad bíblica: “Al hombre terrestre no le pertenece [...] siquiera dirigir su paso” (Jeremías 10:23).