Los desastres naturales y el factor humano
SI UN automóvil recibe buen
mantenimiento, probablemente será un medio de transporte seguro, pero si
se lo maltrata y se lo descuida, puede resultar peligroso. En cierto
sentido ocurre lo mismo con la Tierra.
Numerosos científicos creen que
nuestro planeta se ha vuelto un lugar peligroso debido a los cambios que
el ser humano ha provocado en la atmósfera y los océanos. Dichos
cambios, a su vez, han propiciado el aumento de la frecuencia y la
gravedad de los desastres naturales. Y no parece que la situación vaya a
mejorar en el futuro. “Estamos realizando un exhaustivo experimento sin
ningún tipo de control con el único planeta del que disponemos”, dice
un editorial de la revista Science acerca del cambio climático.
A fin de entender mejor hasta qué
punto las acciones humanas pueden estar incidiendo en la frecuencia y
la gravedad de las catástrofes naturales, hemos de analizar un poco más
los fenómenos naturales que desencadenan dichas catástrofes. Para
empezar, veamos cómo se forman tormentas fuertes como los huracanes.
Intercambiadores de calor planetarios
Se ha comparado el sistema
climático terrestre a una máquina que transforma y distribuye la energía
del Sol. Dado que el trópico recibe la mayor parte del calor solar, la
diferencia de temperaturas resultante pone la atmósfera en movimiento.
La rotación diaria del planeta hace que esa masa de aire húmedo en
continua circulación forme remolinos, que a veces se transforman en
depresiones, o zonas de baja presión atmosférica. Estas, a su vez,
pueden convertirse en tormentas.
Si se detiene a observar la
trayectoria habitual de las tormentas tropicales, se dará cuenta de que
suelen alejarse del ecuador y desplazarse hacia áreas más frías, tanto
al norte como al sur. De este modo, las tormentas actúan como
gigantescos intercambiadores de calor que contribuyen a moderar el
clima. Ahora bien, cuando la temperatura de la capa superior del océano
—la “sala de calderas” de la maquinaria climática— supera los 27 °C ,
las tormentas tropicales adquieren a veces tanta energía que se
convierten en ciclones, huracanes o tifones, que en esencia son el mismo
fenómeno, pero con diferentes nombres de acuerdo con la región donde se
produzcan.
En el Informe mundial sobre desastres 2004,
la Federación Internacional de las Sociedades de la Cruz Roja y de la
Media Luna Roja indica que los desastres geofísicos y climáticos se
incrementaron en más de un sesenta por ciento en la pasada década.
“Estos datos muestran tendencias a más largo plazo”, dice el informe,
publicado antes de que se produjera el devastador maremoto del 26 de
diciembre en el océano Índico. Está claro que si la población sigue
aumentando en las zonas de alto riesgo y los bosques siguen
desapareciendo, hay pocos motivos para ser optimistas.
Por si esto fuera poco, muchos
países industrializados continúan liberando a la atmósfera más gases de
efecto invernadero que nunca antes. En cierto editorial de la revista Science
se decía que posponer la reducción de tales emisiones “es como rechazar
un tratamiento médico para una infección incipiente. No cabe duda de
que a la larga habrá que invertir más para curarla”. Teniendo en cuenta
el precio que habrá que pagar, un informe canadiense sobre cómo mitigar
los efectos de los desastres afirmaba: “El cambio climático puede
considerarse el problema medioambiental más extendido y de mayor alcance
con el que ha tenido que enfrentarse la comunidad internacional”.