Rugiente pasión ardía
en el alma del doncel;
fuera de Ella nada había
en el mundo para él.
-Lo que a tu capricho cuadre
- dijo a su amada -- lo haré,
si las joyas de mi madre
me pides, te las daré!
Y ella, infame como hermosa,
dijo en horrible fruición:
- ¡Sus joyas? ¡Son poca cosa!
¡Yo quiero su corazón!
En fuego impuro él ardiendo
hacia su madre corrió
y al punto su pecho abriendo
el corazón le arrancó.
Tan presuroso volvía
la horrible ofrenda a llevar,
que, tropenzando en la vía,
fué por el suelo a rodar.
Y brotó un acento blando
del corazón maternal
al ingrato preguntando:
- Hijo, ¿ te has hecho mal?