Que las radiaciones emitidas por las torres de alta tensión, los centros de transformación, las antenas de telefonía, los teléfonos móviles, los inalámbricos y los hornos microondas son potencialmente cancerígenas está fuera de toda duda... menos para nuestro Ministerio de Sanidad y Consumo. Y ahora acaba de constatarse que otro tanto pasa con las comunicaciones inalámbricas (WiFi). En el Reino Unido, por
ejemplo, ya se han empezado a prohibir en determinados lugares, especialmente donde hay niños. Quienes controlan a los legisladores alegan que al tratarse de emisiones de reducida potencia y no ser permanente la transmisión los efectos sobre la salud son muy escasos o casi nulos pero no se ha hecho ni un solo estudio científico en el mundo que avale esa afirmación. Por el contrario, son ya muchos -cada vez más- los trabajos que demuestran los efectos negativos para la salud de las radiaciones electromagnéticas. Mientras, los gobiernos y el resto de la clase política siguen prefiriendo mirar hacia otro lado.