A lo largo de la historia,
el antimonio se ha usado como veneno y como cura (los médicos lo usaban
en siglos pasados para inducir el vómito, para el tratamiento de la
melancolía y, posteriormente, para curar la shismatosis, una enfermedad
parasitaria tropical). Como veneno, la dosis fatal es de 100 miligramos,
peligrosamente cercana a la dosis terapéutica. Una de las teorías más
plausibles sobre la muerte de Mozart es que su médico le diera antimonio
para curarle, aunque el resultado final fuera justo el contrario.
También hay otra versión de la teoría y es que Mozart fuera envenenado
intencionadamente con antimonio.
Se estima que a lo largo del día una persona ingiere unos 0,5 miligramos
al día, en función de lo que consuma. El cuerpo lo excreta en seguida
así que, normalmente, no se acumula en ningún órgano. En pequeñas dosis,
el antimonio produce dolores de cabeza, debilidad y depresión. En dosis
suficientemente elevadas, el sistema enzimático humano queda perturbado
y causa la muerte en días.
Pero esos niveles fatales de 100 miligramos quedan muy lejos de las
partes por trillón que mencionan los investigadores alemanes que han
publicado el estudio de las botellas de agua. Una parte por billón (que
es más que una parte por trillón) es lo equivalente a un microgramo en
una tonelada. Aun así, uno de los aspectos preocupantes sobre los que no
hay respuesta todavía es el posible efecto cancerígeno del antimonio. Y
aunque se trate de dosis bajas, dicen los investigadores, las botellas
contienen más antimonio que el agua corriente y «lo que no está claro es
qué implicaciones tiene eso para la salud humana».