Navaja suiza

lunes, 2 de julio de 2012

El sabio que vivía en una tinaja

Diógenes nació en la colonia griega de Sínope en el 412 a. C. Se sabe que era hijo de un banquero llamado Hicesias, y que ambos, padre e hijo, fueron desterrados por haber fabricado moneda falsa. Diógenes se vanagloriaba de haber sido cómplice de su padre, y este suceso, en cierto modo, lo hizo conocido como "Diógenes el Cínico". Otra versión dice que fue llamado cínico (perruno) porque empezó a vivir como los perros -y rodeado de ellos-. Kynikos, es el adjetivo dekyon, perro.
En fin, la cuestión es que fue exiliado de su ciudad natal y trasladado a Atenas, donde vivió como esclavo y luego como vagabundo en las calles, convirtiendo su extrema pobreza en virtud. Él mismo decidió no volver a dormir bajo techo ni sobre una cama; vivía dentro de una tinaja donde guardaba sus únicas pertenencias: una manta, un zurrón, una linterna, su bastón y un pequeño cuenco (hasta el día que vio a un niño beber agua con sus manos y se desprendió de él). Solía recorrer las calles con la linterna encendida diciendo que “buscaba” hombres honestos. Se desplazaba constantemente entre Atenas y Corinto predicando a quienes tenían la paciencia de escucharlo acerca de la frugalidad y autosuficiencia, sobre la libertad que otorgaba la austeridad y la vida sin los lujos que proporcionaba el dinero. Diógenes pensaba que la ciencia, los honores y las riquezas eran bienes despreciables. El quid de su filosofía consistía en denunciar lo convencional y oponer a ello su naturaleza. El sabio -decía- debe tender a liberarse de sus deseos y reducir al máximo sus necesidades. Aún con su conocida impertinencia se convirtió en uno de los filósofos más famosos de su época. Se cuenta que cuando Alejandro Magno llegó a Corinto pidió conocer a Diógenes, "al filósofo que vivía con los perros". Alejandro sentía mucho respeto por los filósofos, pues él mismo tuvo como tutor a Aristóteles.
                            Alejandro Magno y Diógenes

                                                                     
Llevaron a Alejando al lugar y le mostraron la gran vasija donde dormía. Muy cerca se hallaba Diógenes absorto en sus pensamientos. Alejandro al verlo se acercó interesado en entablar conversación con el anciano. Magnánimo como era, quería otorgarle todo lo que el sabio pidiera: Le preguntó si podía hacer algo por él. Diógenes lo regresó a ver y le respondió: -"Si, quítate, que me estás tapando el Sol". Los cortesanos y acompañantes se burlaron del viejo, diciéndole que aprovechara la oportunidad, que estaba ante el rey. Diógenes no dijo nada y los cortesanos siguieron riendo y burlándose. Alejandro los hizo callar y dijo: "De no ser Alejandro, yo habría deseado ser Diógenes". Pocos días después, Alejandro encontró al filósofo mirando atentamente una pila de huesos humanos. Le preguntó que hacía. Diógenes dijo: -"Estoy buscando los huesos de tu padre pero no puedo distinguirlos de los de un esclavo". (Hay que aclarar que el padre de Alejandro Magno fue Filipo, Rey de Macedonia, al cual se atribuía origen divino).